Dora Maar (1907-1997) |Blogs El Espectador

2022-10-26 10:46:02 By : Ms. EVA MAO

Nació en París con el nombre de Henriette Theodora Markovitch. Su madre había sido violinista, pero había abandonado su sueño para dedicarse como cualquier mujer ordinaria a la crianza de los hijos, al cuidado de un hogar y a perseguir a su marido. Se enamoró de un arquitecto que había erigido varios edificios en Europa y Suramérica, un croata al que nombraron embajador de Austria-Hungría en Argentina, por lo cual hacia 1910 la familia se desplazaría a Buenos Aires. Henriette vivió en el país austral desde que tenía 3 años y hasta que cumplió 23, y fue por esto que hablaba el francés y el español con naturalidad. En su infancia tendría la oportunidad de viajar y visitar lugares tan disímiles como las níveas montañas alpinas y las húmedas selvas del trópico. Al regresar a París, Henriette cambiará su nombre por el cual será recordada, Dora Maar, y comenzó sus estudios de pintura en la École des Beaux-Arts y en la Académie Jilian, pero finalmente quiso explorar más con la cámara, y fue por esto que dejó de lado sus pinturas para volcarse al todavía inexplorado mundo de la fotografía. Parecía tener un talento natural para capturar las imágenes, y este talento ya se lo hacían notar los más conocedores del tema, como Henri Cartier-Bresson, a quien conocería por aquella ella época mientras estudiaban en la Academie Lothe, y quien años más tarde se convertiría en uno de los fotógrafos más reconocidos en todo el mundo. Comenzó fotografiando modelos para marcas de ropa, pero ya en ese entonces un peculiar dramatismo en sus fotografías nos revelaban el ojo de una prometedora artista. Trabajó para revistas de renombre como Rester Jeune y otras destacadas de la época, lo que le serviría para adquirir experiencia detrás de la lente y también como una forma de ganarse la vida. Los conocedores del asunto destacan sus juegos con las luces y sombras, situaciones que oscilan entre la tragedia y la comedia, una mezcla entre la lúdica y la subversión y un estilo propio que la distinguía inevitablemente de todos los demás. Dora realiza un viaje por Londres y luego a Barcelona, interesada por fotografiar situaciones cotidianas que se vivían al interior de los barrios marginales de la ciudad catalana, tarea que continuaría a su regreso a París, donde solía frecuentar La Zone, uno de los barrios más pobres de la capital francesa, y donde Dora aprovecharía a sus más de treinta mil habitantes para sacar algunas fotos memorables. Para ese momento la fotografía estaba destinada a ocupar salones de exposición, pero muy pronto se volcaría con más fuerza hacia los periódicos y revistas, siendo este trabajo de Dora un documento relevante de esa época de escases que sucedieron los años de la Gran Depresión. Por aquellos años Dora también comenzará a despertar su interés político y se cuestionará por el aporte que la fotografía puede lograr a un nivel revolucionario. Formó parte del grupo de política de izquierda Appel à la lutte (Llamada a la lucha), y sus fotos servirían para concientizar y sensibilizar respecto a las penosas condiciones que muchos deben soportar como parte de su cotidianidad. En París, y con la ayuda económica de su padre, Dora montará su taller de fotografía, lo que le brindará independencia y autonomía y la oportunidad de explorar con libertad las nuevas técnicas experimentales de la fotografía, especializándose en la técnica del collage. La seducía el movimiento surrealista, pero entendía que era un espacio que parecía vedado a la mujer, por lo que en un comienzo no intentó involucrarse, y sin embargo su estilo correspondía a un tipo de arte que estaba en otra realidad. En ese momento la fotografía no gozaba de mucho prestigio, y era común que los fotógrafos fueran también pintores, pero pese a esto Dora se enfocaría de lleno con el mundo de la fotografía. Fue así como en 1935 Dora sorprendió al malagueño y ya consagrado pintor Pablo Picasso, cuando se conocieron durante el rodaje de la película Le crime de Monsieur Lange, dirigida por Jean Renoir y para la que Dora trabajó como fotógrafa. Lo sorprendió en el café Deux Magots cuando él la vio ejecutando un reto en el que ella se cortaba la mano con un cuchillo y no se detenía a pesar de que la sangre le chorreaba, y según cuenta la leyenda Picasso le pidió le diera su guante ensangrentado. Pero Dora le dio mucho más que un guante. Ella tenía 29 años y él tenía 55, eran tiempos previos a la Guerra Civil Española, y mientras ella mantenía sus enredos con el filósofo Georges Bataille y también con el actor Louis Chavance, él por su parte estaba casado con Olga Kocklova, además del largo listado de amantes que hacían parte de su estilo de vida. Dora tenía una fuerte presencia y unos ojos dominantes que impactaron al pintor y de los que Brassaï diría: “Ojos llenos de vida y mirada atenta, de una fiereza en ocasiones perturbadora.” Pero especialmente Picasso se vería conquistado porque según él hablaba el español con “argentinismos” y era poseedora de una vasta cultura. En 1937 siguió de cerca el proceso de realización del famoso cuadro del Guernica mientras Picasso trabajaba en su taller de la Rue de les Grands-Augustins, trabajo que le llevaría dos meses documentar y por el que no cobraría ni un solo peso. Las fotos que iba revelando le servían al artista para medir sus progresos y darle una estructura más definida a su obra. Así mismo Dora se convertiría en la musa que inspiraría a las “mujeres llorando”, y que son representaciones femeninas de las que tanto se ocupó el pintor malagueño. La mujer que llora de 1937 es un cuadro que se dice retrataría a la musa del pintor, y aunque ella dijo no haber posado nunca para él, es sabido que inspiraría varias de sus obras como es el caso de Dora Maar au chat. Respecto a estas pinturas Maar diría con gracia que “son todos Picassos, ninguno es Dora Maar.” Sin embargo para Dora la relación con el famoso pintor sería una aventura tormentosa. Eclipsada por la sombra del genio, Dora se vería opacada, y su talento estaría bajo la grandeza del gran Picasso, quien acabaría por absorberla en el aspecto físico, sexual y psíquico. La manipulaba a su antojo. Fueron muchos los maltratos que recibía de un caprichoso como era Pablo Picasso. Un chofer cuenta que en una ocasión trasportó a la pareja y que Dora iba inconsciente luego de haber recibido una paliza que le propició el pintor. También es conocida la anécdota de los cuadros que retrataban la vagina de Dora y que ella se negaba a mostrar, pero que finalmente acabó exhibiendo al verse obligada por su amante. Dora hacía toda clase de tonterías para llamar la atención: inventaba que su perro se había extraviado o que le habían robado la bicicleta, o como aquella vez que la encontraron desnuda a las afueras de su residencia, o cuando hizo un escándalo en un cine luego de sufrir una supuesta crisis de ansiedad. Los padres de Dora nunca consideraron conveniente esta relación para su hija, y tanto fue así que, durante una acalorada discusión telefónica con su madre, Dora dejó repentinamente de escucharla, para encontrarla al día siguiente muerta y con el teléfono todavía en la mano. Hacia 1942 la relación empezaría a deteriorarse y Dora se alejó al sur, a Menérbes, en la Provenza francesa, tratando de encontrar un poco de sosiego luego de una relación que le había hecho tanto daño. Para ese momento Picasso parecía haber perdido el interés por Dora, la consideraba “excesivamente desequilibrada y testaruda”, además que ya andaba celebrando su nueva conquista 20 años menor que él, Françoise Gilot, una chiquilla que finalmente se enfrentaría a Dora para dejarle muy en claro quién ocupaba ahora el lugar de musa. Al despedirse Dora le diría al pintor: “No has amado a nadie en tu vida. No sabes cómo amar.” Y es que si bien es cierto que mientras Picasso estuvo con Dora también mantuvo un amorío estable con otra de sus amantes conocidas, Marie-Thérèse Walter, ni ella ni su esposa ni ninguna otra, antes ni después, lograron conquistar el intelecto del pintor, e incluso sería Dora quien lo instó a emplear el arte como un mecanismo político, y así mismo es debido a Picasso que ella volvería a interesarse por la pintura. Pese a la ruptura, Dora conservaría una gran cantidad de cuadros que su célebre amante le había convidado, y cuyas ventas le permitieron vivir de manera holgada por el resto de su vida, señalando con picardía que el valor de esas pinturas tenían cómo incrementar considerablemente su precio “porque son mías. En los muros de una galería valdrían apenas medio millón. En las paredes de la amante de Picasso cuestan más: el precio de la historia.” Ella sabía que tenía lo suyo, lo propio, un talento por explotar, un nombre, y que no se conformaría con ser solamente la musa de un genio. Dora sigue adelante con sus estudios y se matricula en la L’École de Photographie de la Ville de París, y durante un tiempo compartirá su espacio y su trabajo con el fotógrafo de renombre Pierre Kéfer, y de allí que varios de sus trabajos de esta época figuraran con la marca: “Kéfer-Dora”. Otros personajes notables influenciaron su arte, como el caso de Man Ray que le aportaría respecto al “efecto desenfocado” de la lente, o el caso de Brassaï y Sougez, quienes no sólo enseñarían a Dora algunas técnicas y secretos respecto al Octavo Arte, sino con quienes mantuvo una estrecha amistad. Al comienzo las fotos de Dora eran más de un estilo clásico, pero con el paso del tiempo la fotógrafa iría desafiando el estilo y hasta dar con una técnica depurada, siendo muy valoradas aquellas imágenes que retrataban la miseria y la pobreza. Ella decía que no le encontraba la diferencia entre una foto que había tomado por encargo y aquella que simplemente eligió capturar; lo que buscaba al fin de cuentas era retratarlo todo bajo su óptica única, y sabía que le bastaba con apretar el disparador de la cámara para hacer arte. Exploró planos y ángulos poco convencionales para los patrones clásicos del momento, un tiempo de sobreexposición al instante del revelado para intensificar los negros, imágenes yuxtapuestas y un excelente manejo de los contrastes. Sus fotos destacaban también por tener una carga entre lo hilarante y lo fatal, como burlándose de la desgracia, una “confrontación de la vida y la muerte”, como señala algún crítico, agregando que las imágenes capturadas por Dora poseen un “halo misterioso y espantoso”, y en donde ya podríamos perfilarla como una figura representativa del surrealismo. Dora mantuvo una estrecha amistad con André Breton, y en especial con su esposa, y participó en varios proyectos de sus otros amigos surrealistas, como cuando hizo de actriz en la película de Jaques Feyder, La gens de voyage. Hacia 1950 Dora se volcará de lleno y con pasión a dos actividades: volverá a pintar, y en la soledad de su estudio dibujará bodegones y paisajes, mientras se entrega en cuerpo y alma a la religión cristiana. Si internó en su mundo propio y se dedicó a pintar, y a pesar de consagrarse a la fe de Cristo, para Dora Maar no hubo otra religión más grande, y por eso le oímos decir: “Después de Picasso, Dios.” Años antes había sido recluida en el hospital psiquiátrico de Sainte-Anne, donde también fue ingresada otra representante del surrealismo, Unica Zürn, y en donde sería tratada con métodos de electroshock, además de haber sido psicoanalizada por el afamado Jacques Lacan. Así se la pasó los últimos años de su vida hasta que murió en 1997, dejando una herencia de más 130 obras de Picasso que en su testamento legaría para que la iglesia dispusiera de ellas. Dora Maar simboliza a la mujer que desafía a un mundo dispuesto para los hombres y en donde las mujeres no parecían tener cabida. No se conformó con jugar a ser simplemente una fuente de inspiración artística, y supo por cuenta propia labrarse un camino y dejar su propio legado con nombre propio. Representa a una mujer moderna que desde muy temprana edad se independizó para buscarse a sí misma y de esta forma encontrar su lugar en la historia del arte. Es curioso que en las miles de fotografías en las que aparece retratada, apenas si podemos contar un puñado en el que se encuentra sonriendo. Disfrutaba vestirse con prendas anticuadas, vestimentas en desuso o que eran la moda de siglos anteriores, y de igual forma su personalidad era descrita como la de una mujer convencida de sí misma, refinada, de una amplia cultura y, desde luego, de una gran sensibilidad artística. Recordamos algunos de sus trabajos como Mariscos, o Maniquí con una gran estrella en lugar de la cabeza, o la muy reconocida imagen de una telaraña frente a la cara de la modelo y que titularía Les années vous guettent. Para 1990 una muestra de su obra en la Galerie de París, así como la exposición en el Palacio Fortuny de Venecia en el 2014, pretenden dar a conocer el trabajo fotográfico y varias de las pinturas que pondrán el ojo del público en Dora, una musa que fue mucho más allá, y se convirtió en mujer.

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